domingo, 24 de enero de 2010

Asnoterapia: terapia con asnos para alumnado con necesidades educativas especiales

El burro es considerado por la Real Academia de la Lengua Española como un animal torpe, rudo o de poco entendimiento; sin embargo, para los responsables de la Asociación El Refugio del Burrito no tiene un pelo de tonto. El primer contacto entre el ser humano y este animal se produjo hace 6.000 años, y más allá de haberles sacado rendimiento como vehículos de carga y transporte, los asnos aportan beneficios al cuerpo y al estado mental.

En el Centro de Educación Especial Reina Sofía, de Antequera (Málaga), más de 30 alumnos de entre tres y 18 años con distintos problemas de movilidad o psíquicos se someten cada semana a una sesión de asnoterapia, un novedoso tratamiento para intentar superar sus limitaciones. Pero en vez de médicos con batas blancas, dos burras –Bienvenida y Estrella– hacen las veces de terapeutas en el patio del colegio. Las terapias con asnos abarcan numerosas enfermedades: autismo, trastornos mentales, síndrome de down, parálisis cerebral o déficit motórico.

A las diez de la mañana aparecen los primeros niños. Antoñito tiene 4 años. Baja en silla de ruedas acompañado de la fisioterapeuta Rosi Zurita para montar en la burrita Bienvenida. Tumbado boca abajo sobre la espalda gris y blanca del animal, Antoñito ríe y gritade alegría mientras da varias vueltas al recinto.

«Este pequeño sufre problemas en el cuello, su musculatura no tiene fuerza, apenas se sostiene, y como le gusta mirar a los burros, eso le obliga a mover la cabeza, y así la ejercita y fortalece», señala Ana Díaz, voluntaria de la asociación.

La burra Bienvenida fue resctada en Sevilla después de quedarse casi ciega.
El siguiente en subir a lomos de la burra es Jesús, de 8 años, quien sufre un déficit motórico que limita sus movimientos. Acaricia una y otra vez la cabeza del animal mientras sonríe. El cuerpo del chaval se tambalea, pero la burra percibe el peligro y aminora el paso.

«El burro ha sido el mismo animal desde que se domesticó, y ahora empezamos a conocerlo con todas sus virtudes y no sólo con los tópicos de torpe o tonto. El asno es inteligente, afectivo y si ve un peligro, se para y lo analiza, y eso hace que confundamos su tozudez con su prudencia», explica Iván Salvía, director de El Refugio del Burrito, creado en 2003.

Mejoras físicas y psíquicas
Los estudios revelan que el contacto repetitivo con burros mejora el equilibrio, contribuye al desarrollo de los músculos, estimula el vocabulario, reduce la hiperactividad, la falta de atención, y los autistas mejoran en su comunicación y afectividad. Pero los beneficios que aparecen más rápido son una mejora general del humor, del optimismo y del estado anímico, ya que los asnos aportan felicidad, bienestar y relajación.

Esta asociación cuenta en sus instalaciones de Fuente de Piedra (Málaga) con un centenar de burros procedentes de España, Portugal, Grecia, Francia, Italia, Alemania o Kosovo. Muchos de estos animales han sufrido una vida dura, algunos llegan con maltrato físico. «Son asnos que han trabajado toda su vida, han prestado sus servicios a agricultores, particulares o como burro–taxi, y ahora disfrutan de una merecida recompensa», informa Salvía.

Desde 2007 llevan a cabo en Antequera las terapias asistidas con asnosCuentan con ocho animales para las sesiones de asnoterapia, los cuales son entrenados concienzudamente: deben estar acostumbrados a la montura o carro y habituados a ruidos, sobresaltos o situaciones inesperadas. Desde 2007 llevan a cabo las terapias asistidas con asnos, que consisten en la ejecución de ejercicios adecuados al grado de discapacidad de cada participante, a lomos del burro o en un carro tirado por el mismo. También cepillan, acarician y hablan con los rucios. Las sesiones terapéuticas son gratuitas y se financian a través del apadrinamiento de asnos.

Bienvenida y Estrella
Bienvenida y Estrella son las elegidas para hacer de terapeutas y psicólogas con los menores del Centro Reina Sofía. La primera fue rescatada en Sevilla tras quedarse casi ciega cuando su dueño le quemó la córnea al intentar curarla. Tras recorrer el colegio durante una hora con varios pequeños a sus espaldas, Estrella releva a su compañera. Es suave, de pelo marrón oscuro y muy astuta.

Paolo, de 9 años, es el primero en montar. Sufre un déficit motórico que le impide tener sensibilidad y movilidad en las piernas. «Guapa», le susurra el pequeño al animal. «Es un niño al que le cuesta motivarse, pero con la presencia de los burros participa más. Con niños como Paolo lo que hacemos es que recorran un circuito a lomos de burros siempre sin monturas, para aprovechar la forma de caminar y la temperatura corporal del animal, que hace que el niño sienta ese calor y le ayude a relajarse con el fin de corregir la plasticidad y fortalecer los músculos de la espalda», comentó Salvía.

Con los brazos en cruz y a lomos de Bienvenida, Ana, de ocho años, recorre varias veces el circuito al aire libre. «Arre, arre», grita mientras acaricia a la burra. Unos pasos más atrás, con parsimonia y cuidado, la burrita Estrella hace lo propio con Alejandra. Ambas pequeñas son hermanas gemelas, «tienen retraso mental y al principio les costaba relacionarse con los demás, eran muy tímidas. Han mejorado notablemente, ya que entre el animal y el paciente se establece un vínculo afectivo muy fuerte que estimula el vocabulario», dice Salvía. Ya son las dos de la tarde y la sesión de asnoterapia ha terminado. Desde el remolque llega un rebuzno y las dos burras terapeutas de niños discapacitados se toman su merecido descanso.




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